No debe ser fácil cargar el peso de toda una —llamada— escena, no debe ser fácil encender llamas de un candelabro que representan más que sólo luz, representan verdades, identidades y un movimiento articulado desde la pasión, pero con mucha inteligencia.
📝 Javier Villalpando
📷 Francisco Villalobos
Esto más que ser una reseña es una reflexión, y sobre todo, un reconocimiento.
El Candelabrum Metal Fest llevó a cabo su tercera edición los pasados 7 y 8 de septiembre de 2024, en la ciudad de León, Guanajuato. Y la reflexión comienza desde que te das cuenta que a quiénes que están detrás y al frente de este festival, les gusta desafiar los convencionalismos sobre los que otros navegan cómodamente. Conformismo, «lo mismo de siempre», banderas gastadas y propuestas ya vistas: Pareciera ser que es un común denominador en festivales del país que buscan satisfacer a toda una «escena» sin descuidar a aquellos que sólo les gusta mirar curiosos desde afuera.
La comprensión, amor y pasión que parece poner el Candelabrum en cada una de sus decisiones, impactan positivamente a miles de personas, incluidas bandas, stage staff y personal de trabajo de la Velaria. Y es que el convencionalismo se combate desde la elección de la ciudad, el minucioso cuidado por el audio, el impecable trato del personal y hasta la configuración de un evento que se siente más cómo una reunión íntima de miles de personas, que eso… un festival más.
Existe un término gastado gracias a su mal uso en los últimos años, pero que vale la pena traer a flote: Curaduría. Y es que la cuidadosa y precisa selección de bandas que comprendieron la oferta del Candelabrum III, así como sus ediciones anteriores, es casi un trabajo de curaduría, ese que dispone piezas de arte o artistas en un mismo espacio con el fin de cautivar a un espectador. Durante dos días nuestros oídos y nuestras emociones, se vieron impactados por las decisiones de estos curadores que decidieron que era una buena idea poner a Sorcerer a convivir en un mismo festival con Dismember. Y lo mejor, es que lo fue… fue una gran idea que además, tuvo muchísimo sentido.
Y es que el valor del Candelabrum no está en tratar meramente de diferenciarse de los demás festivales de metal en México, si no en las agallas y el corazón de encontrar su propia identidad gracias al buen gusto musical, al querer alzar una bandera del verdadero heavy metal, y a la selección acertada de todos los detalles que lo hacen memorable. Lo que otros festivales hacen como mera táctica comercial (meter un gran headliner en la forma de una banda de nü metal con máscaras y batucadas, alternado con power-houses de los 80’s; NO siempre hace sentido). Aquí todo cobra sentido, porque se siente hecho para gente con gustos afines, porque se siente como la evolución de una tarde de música entre amigos, porque se siente como un playlist seleccionado por alguien apasionado del underground, en modo aleatorio, pero —repito— donde se siente lógica y natural la alternancia de bandas como Bell Witch alternando cartel con Terrorizer.
Lo mejor es que también esa selección de música menos masiva y más asertiva, también define al público. ¿Qué sería de un festival sin público? Exacto, un fracaso; Candelabrum es un festival donde los asistentes también forman parte de esa radical diferencia. Y el éxito aquí es que todos nosotros que nos dimos cita a ver a Cruel Force o a Matalobos, íbamos a lo que íbamos: A disfrutar de dos días intensos en compañía de aquellos a los que vemos a la cara en gustos, géneros y una afinidad cultural y social que no se ve en festivales masivos con decenas de miles de asistentes. Aquí no hay desperdicio, aquí no hay rellenos, aquí no se sacrifican tiempos, no se descansa de más, no se pierden minutos caminando de escenario a escenario, no se empalman bandas sacrificando asistentes; aquí todo está orquestado para disfrutar del heavy metal, a la banda en el escenario, y disfrutar del gritar y al alzar el puño al unísono al ver salir Picture, o a Exodus, o a cualquiera de las bandas que nos cautivaron con su música.
Mientras influencers maquillados o medios que parecen ajenos a esta cultura, se pelean siempre sobre qué es trve o que es poser, la narrativa del Candelabrum sugiere más sobre qué es real, que es auténtico y qué cobra sentido cuando lo unes con los elementos correctos. Así como una banda satánica y ruidosa como Archgoat cobra sentido cuando lo unes con aquellos que viven del lado oscuro de la vida; o como una banda como Solstáfir la unes con la gente que está inundada de nostalgia y de emociones que les es difícil nombrar; ahí es cuando notas y aprecias de la curaduría de este festival, porque pareciera que no sólo curaron con la elección de las bandas, sino con la ola de emociones que nos iban a hacer sentir formulando una experiencia casi trascendental; pasando del headbangin‘ intenso con Hellripper a la seducción en la que nos envolvió Saturnus. Todo esto, acompañados de la gente correcta disfrutando en el espacio correcto.
Y es que el heavy metal y el underground para muchos es un gimmick, es la ropa del fin de semana; pero para muchos más de nosotros, es una identidad, es una expresión y sobre todo, es una comunidad. Una comunidad que reúne a miles de incomprendidos por la vida, en un lugar del Bajío mexicano donde todos nos sentimos finalmente comprendidos. Donde todo unido a otro elemento tiene lógica y fundamento. La forma única y lógica en la Candelabrum reúne el fuego del pasado de Pagan Altar, con las flamas del presente de Phantom: pero hablo de ese fuego que define y marca lo que es el verdadero heavy metal, el que pelea por algo, el que quiere comunicar algo y el que te quiere hacer parte de algo; eso es Candelabrum, honrar al pasado con orgullo por el presente.
Mantener la llama viva es algo de todos los días, no de una vez al año, pero la magia que se vive en esos dos días de festival, es algo que yo sólo había podido vivir en festivales internacionales; donde se crea una comunión —o una misa oscura— donde esas flamas contenidas en un candelabro no sólo guían el camino, sino arden en celebración por nuestra identidad.
Es por ello que esta reseña se convirtió en un ensayo y sobre todo, en una carta de agradecimiento al Candelabrum por mantener viva la llama del underground, por poner a nuestra disposición de un momento poco convencional en la oferta cultural del metal en México y por cuidar cada detalle de nuestra experiencia. Este es un reconocimiento para aquellos quienes le escribieron una carta de amor al heavy metal.
Hoy, sin temor a equivocarme, sentencio que el Candelabrum es el mejor festival de México y probablemente de Latinoamérica.
— ¿Es caro? Sí, sí lo es, pero el heavy metal no acaricia.
— ¿Vale la pena pagar más de 4 mil pesos por entrada? Sí, sí lo vale en cada instante.
— ¿Hay mucho por mejorar? Sí, definitivamente no es un festival perfecto.
— ¿Es para todos? No, claramente no, y ojalá nunca lo sea.
— ¿Espero con ansías la siguiente edición? Sí, por favor.
¡Que siga la llama viva y arda la noche eterna que vive bajo la Tierra!
Trve music matters!
Bebedor de Negroni y ron. Coleccionista de recuerdos escondidos canciones.
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